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El "Todo Vale" como forma actual de (no) educación.

  • Foto del escritor: Mil caminos en mi mochila
    Mil caminos en mi mochila
  • 21 sept 2019
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 22 sept 2019

Cada vez es más preocupante y común encontrarse con conductas incívicas en menores, alentadas y jaleadas por sus progenitores.



Hace unas semanas, surgió en Twitter un curioso debate sobre la permisibilidad y la mal entendida sobreprotección, llevada al extremo, de algunos padres para con sus hijos.

En un Tweet, un padre se quejaba indignado de que en el cine le habían llamado la atención por permitir a su hijo pequeño subirse a la butaca, gritar, hablar en voz alta, correr por el pasillo... Alegaba este padre "ejemplar" que coartar a su hijo a la hora de expresar sus sentimientos en público no era bueno, y que si a alguien le molestaba, que no se metiera en un cine a ver una película infantil a las 5 de la tarde, que fuera a la sesión de noche. La polémica estaba servida, y enseguida se generó un agrio debate entre los defensores de este comportamiento y los detractores. Uno de estos últimos, preguntaba al padre guay que si vería también normal que su hijo gritara en una biblioteca, se subiera a la mesa en un restaurante, corriera entre las vitrinas de un Museo o interrumpiera a su maestro en clase "si le apetecía expresar sus sentimientos". El padre guay se encendió con este comentario y pasó al contraataque con descalificaciones personales, momento en el que perdió la poca o nula razón que pensara tener. A partir de ese momento, el aluvión de comentarios, tanto serios como jocosos, hacia él y su actitud fue abrumador, pero coincidiendo la mayoría en que no se queje cuando el tierno infante empiece a dejarlo en ridículo ante familiares y amistades con su comportamiento, o cuando llegado a la adolescencia acabe echándolo a él mismo de su casa. Que recapacitara sobre la educación que (no) le estaba dando.

Reconozco que leí divertido unos 50 mensajes y sus réplicas, pero en cuanto el autor de la polémica vio la que se le venía encima y abochornado, dejó de participar, opté por abandonar su lectura (el hilo de Tweet sigue, y son ya cientos las contestaciones).


Y fue cuando lo sufrí en mis carnes...

Si me dejaron huella estos comentarios, y me hicieron reflexionar, fue porque a los pocos días estando yo en vacaciones, en un restaurante de Jaca (Huesca), dispuesto a comerme una ensalada de tomate rosa de Barbastro y un estofado de ciervo a la austriaca, coincidí en el comedor con una celebración familiar masiva, en la que destacaba un niño sobre todos los demás, de unos 5 años, que aburrido por la espera, decidió ponerse una servilleta en la cabeza y correr aullando por el comedor cual fantasma, ante la incredulidad de los demás comensales por la permisibilidad de su familia. El niño, después de correr y aullar un buen rato, decidió subirse a su silla y aullar y gritar aun más alto... Y fue cuando la abuela de la criatura, abochornada al ver que sus padres pasaban de decirle nada mientras jugaban con el móvil, se levantó con la cara colorada para coger al niño, darlo un azote y reprenderlo. Todos nos quedamos con las ganas de abrazar y felicitar a la anciana, ya que consiguió que el niño, enfurruñado, no volviera a levantarse y se negara a comer... y ahí fue cuando reaccionó la madre de la criatura... no por su comportamiento, sino por no querer comer.

Yo continuaba saboreando mi estofado y observaba al tiempo a una pareja mayor frente a mí, que con ademanes de incredulidad, comentaban que era una vergüenza que un restaurante de tanta categoría, se permitiera alterar el buen yantar de los comensales con estos comportamientos.


Y entonces recordé...

Fue el curso pasado cuando, en medio de una clase de ajedrez, un niño de 6 años levantó la mano, y al preguntarle qué quería, me respondió jocoso: "Hola señor Caraculo". Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo, y por si había entendido mal, le volví a preguntar, ante lo cual el niño repitió su respuesta mientras sonreía, ante la incredulidad de sus compañeros. Inmediatamente paré la clase, le sancioné verbalmente, y como marca nuestra Normativa de Centro Escolar, lo castigué acompañándolo al aula de al lado, dejándolo a cargo de mi compañera y con tarea. Informé a su tutora y continué con mis clases.

Pero aún no habían acabado las sorpresas desagradables, pues el padre se presentó a quejarse ÉL porque no entendía que castigase a su hijo por ese motivo, ya que lo había dicho con cariño y era normal que se dirigiera así a la gente de su entorno. Además se quejó de lo desmedido del castigo (¿?), y anunció que meditaría presentar una queja formal por haber traumatizado a su hijo... Lo curioso es que todo este "chorreo" se lo llevó mi pobre compañera, ya que el señor en cuestión, no se atrevió a decírmelo a la cara. Hoy día, el niño participa en mis clases como uno más y siempre que me ve se acerca a abrazarme, tras haber yo hablado al día siguiente con él y haberle explicado la manera de dirigirse a los demás. Del padre nunca más se volvió a saber.


¡¡Ay, que se me traumatiza el niño!!

Estos padres, aunque no mayoritarios pero cada vez más presentes en la sociedad, se caracterizan por ir de "modernos" y "guays" con sus hijos, permitiéndoles libertades en la convivencia diaria que muchas veces chocan con el civismo más básico. Les preocupa enormemente que sus hijos se puedan "traumatizar" si les imponen tal norma o límite, no pensando las consecuencias de sus actos para con los demás en ese instante, y con ellos mismos a corto y medio plazo. O buscan compensarlos por una desatención provocada por sus horarios laborales, dejando la crianza a los abuelos, que suficiente tienen con lo suyo. Esa mala conciencia de muchos padres, genera estas permisibilidades.

El ceder a las demandas constantes de los hijos no es señal de quererlos mas. Este es un error muy grave que cada vez se comete con más frecuencia. El vínculo que se establece entre padres e hijos se basa en el cariño, la educación, la formación y el respeto, pero no en el incumplimiento reiterado de reglas y el "colegueo", pues ello no ayuda al correcto crecimiento moral y cívico del menor

Las consecuencias de este comportamiento por parte del adulto, es que sus hijos suelen ser impulsivos, caprichosos, inmaduros, y con frecuencia, faltos de control y con un punto de tiranía. Además tienen dificultades para asumir responsabilidades, tanto en casa como en el colegio, y tienden a ser indisciplinados ante cualquier figura de autoridad, usando el chantaje emocional en cuanto no se ven complacidos.

Mi consejo es que no es bueno ningún extremo: ni el autoritarismo ni la permisibilidad. En el centro está la virtud. Y el niño agradece que se le estipulen unas normas, límites y reglas, con las que irá creciendo para insertarse correctamente en la sociedad. No creemos pequeños tiranos, faltos de autoestima, autonomía e infelices. No estamos haciéndoles ningún favor.

Gracias por leerme.



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